Contramar: Un Icono de la Escena Culinaria Moderna en la Ciudad de México

Pescados y Mariscos | $$$ ($750 a $1,000 p/p) | Durango 200, Roma Nte., Cuauhtémoc, 06700, CDMX

Las tardes en Contramar comienzan temprano y se alargan hasta la noche. Las sobremesas son sinfonías de voces que resuenan como chicharras por todo el lugar, acompañadas por el sonido de los tragos y el incesante movimiento de las charolas. Llega un momento que sin darte cuenta, las mesas a tu alrededor ya han cambiado de ocupantes, pero tú sigues ahí, disfrutando hasta el último momento de la atmósfera inigualable que este lugar ofrece.

Hablar de Contramar es hablar de convivio, festín, y de una pieza clave de la gastronomía capitalina. No es una novedad escribir sobre este restaurante; cientos de medios ya han destacado cómo Gabriela Cámara lo transformó en un referente indiscutible de la cocina de mar en México. Entre publicaciones, Reels y TikToks que exhiben sus delicias, Contramar ha trascendido más allá de ser simplemente un lugar de moda.

Contramar no solo ha sobrevivido más de 25 años; ha definido un movimiento culinario que ha dejado una huella profunda en la escena restaurantera, inspirando a chefs de todo el país. Desde las icónicas tostadas de atún hasta el famoso pescado a la talla, acompañado por sus dos salsas—la verde de perejil, ajo y aceite, y la roja de chiles, jitomate y achiote—, estos platos son un reflejo de la herencia de Gabriela. Han sido replicados y reinterpretados en múltiples cartas de restaurantes mexicanos, algunos con éxito y otros con intentos menos logrados.

No recuerdo cuándo fue mi primera visita a Contramar; quizá fue antes de la universidad, o durante. Lo que sí recuerdo claramente es la sensación de estar en su salón, que emula una gran palapa, observando la cocina en constante movimiento despachando órdenes, los meseros apresurados o “camotes”, como se les llama en la industria, metiendo y sacando mesas, unas más chicas, otras más grandes, para acomodar a los diferentes grupos que llegaban, el ir y venir de los platos, y  charolas cargadas de pescados, ceviches y postres. Todo mientras el bullicio de las voces animaba la atmósfera vibrante y daba vida a una experiencia culinaria única.

He vuelto muchas veces desde aquella primera visita, y nada ha cambiado: el personal sigue entregado, con la misma dedicación y el mismo nivel de servicio. El menú se podría decir que sigue intacto, Contramar no se deja seducir por modas pasajeras ni experimentos “instagrameables”. No lo necesita, su propuesta es sólida y precisa.

Para mí, Contramar es sinónimo de familia, un lugar de reunión donde la amistad y el buen comer se entrelazan. Cada vez que mis hermanos visitan la ciudad, es nuestro ritual de reencuentro. Nos sentamos a compartir historias, a ponernos al día de nuestras vidas, pero, sobre todo, a disfrutar de lo que más amamos: la comida.

Los viernes en Contramar son una escena de la vida culinaria moderna, evoca al “Festín de los Dioses” de Bellini. Empresarios, artistas, políticos, turistas, clientes regulares y alguno que otro despistado conforman una audiencia que sucumbe al encanto de los platillos de Cámara. Todos sumidos en conversaciones, tragos en mano, y atentos a quién podrían encontrarse o, quizá, seducir.

Entre los favoritos, no faltan las tostadas de atún (o las de pulpo, que personalmente prefiero), los Aperol Spritz, las cervezas o el mezcal. Para otros, el ceviche Contramar, los sopes sencillos, los tacos de charal, o el emblemático pescado a la talla servido con frijoles refritos y tortillas hechas a mano son los imperdibles. Y para los más exigentes, el pulpo a las brasas es siempre una apuesta segura, todo pensado para compartir, al centro de la mesa.

Los postres, por supuesto, son el cierre perfecto. La clásica charola con la oferta completa se presenta para tentar incluso a los más decididos. El merengue con fresas es el rey indiscutible. Tanto así que puedes apartarlo al llegar si no quieres quedarte sin probarlo. La tarta de higo, el flan, y el panqué de plátano son opciones infalibles que complementan la experiencia. 

A más de un cuarto de siglo de su apertura, en lo que era una esquina olvidada de la colonia Roma, Gabriela Cámara ha logrado crear un espacio que invita a la sobremesa y al disfrute genuino de la comida. Un lugar donde la conexión humana se forja a través del poder universal de compartir una buena mesa.