Francesa contemporánea | $$$$ ($1,000 + p/p) | Liverpool 9, Juárez, Cuauhtémoc, 06600, CDMX
La colonia Juárez, quien era hogar de icónicos restaurantes como Focolare, Passy, Delmónico’s y El Olivo, así como bares emblemáticos como el Quetzal y El Patio —donde se presentaban artistas como Juan Gabriel— o El Estelais, ha resurgido con fuerza en los últimos años. Este renacimiento liderado por su oferta gastronómica ha vuelto a poner a la Juárez en el centro de la escena, atrayendo tanto a turistas como a locales en busca de propuestas frescas y auténticas.
La colonia que nació en la época del porfiriato como el hogar de familias adineradas, está viviendo lo que podríamos llamar su tercera reencarnación. La primera siendo quizá su época más glamurosa fue la de los años 50 y 60, cuando las elegantes mansiones afrancesadas se transformaron en hoteles, galerías y tiendas. Elena Poniatowska describe este esplendor en su crónica “Niza, la zona del arte y el buen gusto”. Fue también en esta época cuando se acuñó el término “Zona Rosa”, famosa gracias a la columna “La Ensalada Popoff” de Agustín Barrios Gómez, donde narraba los chismes de intelectuales, artistas y empresarios que frecuentaban los restaurantes de la zona.
El terremoto de 1985 marcó un punto de quiebre. La Juárez quedó devastada y muchos de sus intelectuales, artistas y comerciantes migraron a colonias como Condesa y Polanco, llevando consigo las tertulias, discotecas, restaurantes y galerías. Esto provocó un periodo de oscurantismo, en el que solo unos pocos establecimientos como el Bellinghausen sobrevivieron.
Por varias décadas, la Juárez quedó en el olvido. Sin embargo, hoy es un destino para quienes buscan experimentar la vibrante oferta culinaria de la ciudad, atrayendo tanto a turistas que llegan en manadas y se instalan temporalmente como a residentes de las Lomas y hasta el Pedregal.
Aunque el renacimiento reciente de la colonia comenzó a notarse tras la pandemia, esta “tercera vida” realmente se empezó a gestar en 2017, con la apertura de lugares como Masala y Maíz de Norma Listman y Saqib Keval, Café Nin de Elena Reygadas, y Cicatriz de Scarlett Lindeman. Estas propuestas sirvieron de base para que los nuevos pequeños empresarios y restauranteros volvieran a mirar hacia esta colonia.
Hoy en día, la Juárez es hogar de espacios como CANA, un pequeño bistró a cargo de la chef Fabiola Escobosa. En una esquina de la calle Liverpool, CANA ofrece platillos con ingredientes locales de temporada. Recuerdo la primera vez que conocí a la chef, en una comida organizada por Leo Labartino en Contramar. Era una tarde de verano de esas que dan tregua y no llueve, el sol calienta lo suficiente para que la ciudad se sienta cálida y fresca.
Durante esa comida, escuché a Fabiola hablar de su visión para CANA: un bistró pequeño, sencillo y honesto, con comida de calidad y un toque de comfort food. Recién abierto, no tardé en visitarlo. Me cautivó desde el primer momento. El lugar era estéticamente perfecto, sin pretensiones.
Aquella primera vez probé la ensalada César, un platillo que nunca puedo resistir pedirlo si lo veo en una carta. La César y yo tenemos una larga complicidad, un romance se podría decir, que viene de cuando era pequeño y mi madre la preparaba en casa. Era una locura de sabores: cremosa, un poco ácida, con toques de ajo, Parmesano y anchoas, simplemente deliciosa. Cuando crecí y me metí a un curso de gastronomía, la empecé a preparar cada que podía, y hoy en día igualmente no pierdo la ocasión de prepararla; debo decir que he superado a la versión de mi madre.
La ensalada de la chef Escobosa es diferente a la mía, pero me encantó su presentación sin cubiertos, con hojas de lechuga romana pequeñas para que las tomes con la mano, algo que aprecio, ya que te invita a relajarte, dejar a un lado los modismos para volver a lo esencial de la comida. Es curioso cómo este simple cambio te conecta de otra manera con el platillo, no sé si seré solo yo pero le da un sabor diferente.
Como mi novia no come carnes rojas, esa vez optamos por compartir los dumplings y la pesca del día, dejando el steak and fries para otra ocasión, un error que planeo remediar pronto. Ya que dicen que es uno de los mejores platos del menú.
Regresé hace un par de fines de semana, después de más de un año desde aquella primera visita, y me llevé una grata sorpresa. Empezamos con la tostada de col de bruselas, un plato visualmente hermoso, compuesto por brotes y flores, donde cada mordida revela nuevos sabores. También pedimos el pan de yuca con queso ricotta, y aunque la ricotta no es mi favorita, no pude evitar devorarlo. Son tres bocados de amor que, con una simple untada de queso, te hacen sentir que no necesitas nada más.
Por supuesto, repetimos la ensalada César. Esta vez, probamos los gnocchi en salsa de zucchini y flor de calabaza, una interpretación interesante pero no mi favorita. Volvimos a pedir la pesca del día, que me fascinó: un róbalo perfectamente cocinado, acompañado de una salsa romesco y papas cambray que desaparecieron en un solo bocado. Para terminar, pedimos la torta vasca con helado de mango de temporada.
La carta de CANA cambia constantemente, por lo que es posible que algunos platos que probé no estén cuando regrese, esto es precisamente lo que me motiva a volver, (además del steak & fries) descubrir nuevas reinterpretaciones de sus platillos. Espero que en mi próxima visita sigan teniendo la tostada de col o alguna otra versión igual de deliciosa.
CANA es una excelente opción para una tarde de sábado. Te recomiendo pasear por la Juárez, empezar en la calle Marsella a la altura de Havre, y caminar por lugares como Xinú, una perfumería artesanal, o las tiendas de Varon y Perla Valtierra, hasta llegar a Liverpool y disfrutar de CANA.

